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Churrasco

Para los gallegos, para los que tienen amigos gallegos y para los que han estado en Galicia. Es casi casi como decir para todos, pero con las espaldas cubiertas. 

(Esto saldrá el viernes en La Voz de Galicia, ya podéis sentiros como si hubieséis visto el futuro)

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En Galicia podrá faltar de todo, pero siempre sobrará comida. Hay mil fiestas gastronómicas, desexagerando, porque estoy seguro de que me he quedado corto. Todas las fiestas que se te ocurran ya están inventadas. Sin duda. Si estabas pensando en organizar la fiesta del chorizo con Nocilla, seguro que llegas tarde, en alguna aldea remota irán por la novena edición. Y en la de al lado harán la del salchichón con Pralin.  Para no ser menos. A mi incluso me suena que hay hasta una fiesta de los Choco-Crispis cerca de Gondomar…

Pese a que pueda parecer paradójico, en el mundo de las fiestas gastronómicas, que el producto al que se le rinde homenaje sea típico de la zona es lo de menos. El tan aclamado pulpo gallego se ha hecho célebre gracias al San Froilán de Lugo. Con dos coj… tentáculos. Pulpo que por cierto, en gallego se llama “polbo” y que a todos nos entra la risa floja cuando oimos llamarlo así, como diciendo, “¡jajaja! ¡Ha dicho polvo! ¿oíste? ¡Polvo a la gallega! Pues que quieres que te diga, ¡yo a la asturiana también me la tiraba! ¡jajaja!” Haciendo así gala de nuestra madurez.

Pero dentro del incomparable elenco de delicias autóctonas, si hay un manjar con capacidad de coexión universal entre los gallegos, es el churrasco. El churrasco sirve para todo, lo mismo se hace para celebrar  el noventa cumpleaños de la bisabuela que para cerrar un negocio, o sirve de punto de partida de una despedida de soltero. Del punto de finalización no estoy autorizado a hablar.

 

Si no fuese por el churrasco la mitad de los gallegos no sabrían lo que es una playa. Que van a ella por la comilona y el tute de la sobremesa.

La importancia de las churrascadas en nuestra cultura es tal que más de uno cuando se compra una finca para hacerse un chalecito le dice al arquitecto, “aquí pon la parrilla, y la casa hazla como te dé la gana”. Es más, en muchos casos en la finca sólo llega a haber una cerca y una parrilla, porque su dueño se da cuenta en ese momento de la obra, de que no necesita nada más para ser feliz. Bueno si, carne que asar en ella.

Y aquí entra en escena uno de los grandes misterios de la cultura gallega, ¿cuántos kilogramos de carne corresponden por persona? Nadie lo sabe. Nueve de cada diez carniceros afirman que la medida estándar de materia cárnica es de 500 gramos y un criollo por C.G. (Churrasquista gallego, si es de fuera con 300 gramos y medio criollo basta). Pero no se ponen de acuerdo en si la panceta va o no va incluida. Y tampoco es lo mismo comerlo con pan que con patatas y en salada. Que siempre hay quien dice, “-¡Qué harto estoy, comí mucho pan! -¡Cómo si cada rebanada no llevase encima dos tiras de costilla, cabrón…!” Aunque de lo que si que estoy convencido es de que hacen los cálculos teniendo en cuenta el índice de abundancia congénita, esto es, que si el carnicero te dice que te llega con diez kilos, tú te llevarás de doce a catorce. Por dos motivos, uno, antes muerto que escaso. Y dos, el gusto que da poner la carne en la mesa con cara de “no hay güevos a terminarse la fuente” y que tus invitados te digan cuánto te has pasado.

La consecuencia directa de este exceso de comida intencionado es que todos nos hayamos auto-obligado a creernos la mentira de que el churrasco recalentado está bueno, cuando sabemos que está más seco que un bosque de eucaliptos en pleno Sahara. Y sólo por no sentirnos mal por tener que tirarlo. Que si Pancho, el perro de la primitiva, hubiese sido gallego, en vez de fugarse con el boleto premiado le hubiera hecho al dueño el chalé con parrilla para agradecerle las sobras de toda una vida.

La Gran Revelación de Tresillos Monleón

Tomen asiento.

( Esta es una historia que mis más antiguos lectores de mi Fotolog recordarán, ahora la dejo aquí para los recién llegados, un pelín corregida por cierto)

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Domingo, -el día coñazo-, diez de la noche, hace ya un rato que tengo el hambre que hay que tener para desincrustarme del sofá y emprender una expedición hasta la cocina en busca de víveres…

Nada en la despensa, sabía que no iba a haber nada, pero siempre la abro con la esperanza de que se haya autogenerado algo… ¿Y en la nevera? Otro tanto, of course…
También la abro y desde su vacio interior me mira como diciéndome, «tuviste todo el día para hacer la compra, ahora jódete, o cena hielo, ya que ni siquiera me limpias…»

“¿Qué cenamos, Rober?” Me pregunto a mi mismo. Me doy cuenta de que todavía estoy vestido y no en «modo sueño», con mi pijama de felpa «Sport Championship». ¡Ahora o nunca”, me digo, “He de aprovechar esta circunstancia de óptimo estado textil para bajar a por un bocata.” La aprovecho. Voy al bar de enfrente. Es cutre pero tiene una excelente relación proximidad-precio…

Mientras espero a que se descongele en la plancha la materia grasa que rellenará el pan busco el periódico para entretenerme, quien sabe, a lo mejor el mundo se habia vuelto interesante.

Ni rastro de cualquier publicación diaria. Le pregunto al camarero, sin mirarme me contesta, «No hay, pero puedes leer la guía…» Él no lo sabía, pero con su sarcástica propuesta iba a alegrarme el día. Busco la guía, ¡qué despliegue! 2003, 2004, 2005, 2006, todas en versión de páginas blancas y amarillas, también QDQ. Paradojas de la vida, en el bar no hay teléfono público…

“Ya puestos, vamos a leer la nueva”, me digo. La levanto y de entre sus páginas cae un calendario de la liga de fútbol 2007-2008 en una fantástica edición de bolsillo a todo color cortesía de «tresillos Monleón, Nº1 en Sofás». Por si alguien lo dudaba… Are you talking to me, Ikea? Me la agencio. La abro con más intriga que en un capítulo bueno de Angela Fletcher. La primera página ofrece un dato estadístico que riéte tú del INE:
«¿Sabía usted, que EL SOFÁ es el mueble MÁS USADO en el hogar después de la cama y en muchos casos más que la cama? “No, no lo sabía”, pienso, pero ahora ya sé que fue un error amueblar mi salón con un aparador, dos alacenas, y una mesa camilla. Continúo leyendo con la tranquilidad que da saber que ya no volverás a cometer un error: «LOS RATOS MÁS DICHOSOS SUCEDEN EN EL SOFÁ»

El secreto de la felicidad en un almanaque balompédico. Cágate. Bienaventurados sean sus poseedores porque ellos llenarán de júbilo sus vidas. A este paso, la siguiente línea revelará el secreto de la vida eterna, ¡no aguanto más! Y leo, “¿SABÍA usted, que en TRESILLOS MONLEÓN fabricamos… bla, bla, bla…” A partir de ahí todo publicidad, me decepciona pero me parece justo, la llave de la felicidad a cambio de un anuncio. Trato hecho, pienso y sigo pasando las páginas. Fútbol, imagen corporativa, fútbol, camión de sofás, más fútbol, sofás fuera del camión… Empiezo a perder la fe. Fútbol otra vez…

 

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Daba por hecho que ya no iba a aprender más misterios de la vida con mi nuevo calendario pero la última página, se reservaba lo mejor, un buen final salva una peli mala, ¡y por supuesto una guía regulera! Bajo el esperanzador e inquietante título “UN POCO DE HISTORIA”, leo información extraída directamente de los más antiguos papiros, jeroglíficos interminables que ocultaban verdades incontestables… Agarraros a la silla:

“Cuando fenicios y celtas a nuestras costas llegaron (compartían barco, por lo visto, debían ir a medias con los remeros), sentarónse sobre piedras porque venían cansados. (Toma ya!)

“Las piedras eran muy frías y duras para el descanso, por eso nació la idea de hacer de madera «bancos»” (el entrecomillado de «bancos» es para remarcar tan reciente neologismo, gracias querido transcriptor)

“Y pasaron muchos años piensa que te pensarás (fechas inciertas se supone) hasta el invento glorioso del muy cómodo «Sofá».
Había un celta muy pillo al que le gustaba el relax y que no paró de pensar hasta inventar el «Tresillo…»”

Hasta aquí la GRAN REVELACIÓN de tresillos Monleón (Yo también se hacer pareados!)

El resto es todo una mezcla de publicidad camuflada en el refranero popular.

Espero que tras la lectura de esto que escribo os envuelva un halo de sabiduría que os haga resplandecer…

En medio de mi estado de absoluta abrumación, el camarero simpático me trae el bocata. Se lo pago pensando en que tendré que comérmelo en la cocina, que esa cosa pringosa no es digna de mi sofá. Es más, ni siquiera sé si yo mismo lo soy. Lo único que me preocupa es que ahora tengo un altar tresillo-masónico metido en un salón-capilla y todavía no he establecido un horario de visitas. Ni el de las liturgias. En fin, poco a poco.

Por cierto, la contraportada de esta especie de libro miniado nos descubre una última advertencia:

”EL ESTADO DE SU SOFÁ REFLEJA SU NIVEL DE VIDA”
Así que ya sabéis, si el vuestro todavía no tiene el contorno de vuestras posaderas rehundido, es que vuestro nivel de vida deja mucho que desear…

Ultramarinos

(Hoy La Voz de Galicia publica mi segundo artículo/columna/monólogo/conglomerado de paridas, en su suplemento dedicado a cultura, ocio, tendencias y espectáculos, FUGAS. Como no se puede leer en la edición digital, -ya les vale*-, os lo dejo aquí y así de paso voy engordando a este recién nacido blog. Si compráis el periódico podréis ver la genial ilustración del dibujante y autor de cómics Kiko da Silva, y si no pues os tendréis que conformar con esta fotica, que no aporta nada pero queda bonita…)

ultramarinos

En estos tiempos de grandes superficies, de pague uno y lleve dos, eso sí, llévese también un carro de cosas que no necesita… ¡Cómo no las voy a necesitar si salen en la tele! Todavía resisten cuál aldea gala de Astérix, camuflados entre las callejuelas de nuestros barrios, las tiendas de ultramarinos. Lugares milenarios más antiguos incluso que las ciudades en las que se ubican. ¿Por qué otra razón sino, se pudieron haber establecido, por ejemplo, los romanos en Lugo? Porque al lado había un ultramarinos. Todos están bautizados con el nombre de su propietaria: “Ultramarinos Fina”, “Ultramarinos Josefa” o buscando el toque de distinción, “Alimentación Mari Carmen”, como para entrar y preguntar cuánto cuesta el kilovatio. Pero estos nombres no son sino, enunciativos de la familiaridad con la que serás tratado. Porque tú llegas y puedes decir, “Buenos días Fina, una barra de pan”. Si bien es cierto que te arriesgas a que la señora que está detrás del mostrador te conteste, “Fina era mi madre, se murió el mes pasado, yo soy Fernanda, su hija…” A ti se te cortará el rollo, pero ella se sentirá culpable y cuándo vuelvas por allí al cabo de dos días, en la lona a rayas que protege el escaparate y que es más distintivo de ultramarinos que la “M”, de MacDonald´s, pondrá “Ultramarinos Hija de Fina”. Esa es la familiaridad de la que os hablo. Llegar, pedir una barra de pan, y qué te digan “¿Alguna cosiña más?”, y tú piensas, necesito detergente pero lo compro en el súper que aquí es mucho más caro, pero miras a Fernanda, y te sonríe con su bata blanca, mientras en tu cabeza resuena la palabra “cosiña”, porque si, ha dicho “cosiña”, y no “puedo ofrecerle algún otro producto”, y te rindes. Y contestas, “Si, detergente”. Y te saca un bote de Skip, ¡el de 6 kilos!, porque en los ultramarinos, la dueña elige la marca por ti, -si se estableciesen como franquicia multinacional, lo llamarían “asesoramiento profesional”- y te quedas mirando fijamente el bote de Skip pensando en que tú eres de Ariel de toda la vida, y en qué vas a vender tu lealtad por una sonrisa, y lo que es peor, para qué quieres 6 kilos de detergente si toda tu ropa pesa tres kilos y medio, sábanas incluidas, que te va a durar más el detergente que la lavadora… Pero antes de qué puedas decir nada, como si oliese tu inseguridad, Fernanda añade, “Te doy el bote grande porque no me quedan de los pequeños, y total como no se estropea, ¿no te importa verdad corazón?” Y deseas decirle, “Serás mentirosa, en tu puñetera vida has tenido botes pequeños”, pero no puedes, te ha robado el alma, te ha llamado “corazón”, ¡tardaste dos años en que tu novia te lo dijese! Y va ella, y te lo suelta al primer día. Te contienes para no abrazarla y le respondes, “No claro, no importa, si total esto se gasta enseguida…” Finalmente y tras hacerte la cuenta en el papel de envolver el pan, saca una bolsa de plástico azul en la que una cajera de súper no sería capaz de meter un litro de zumo y dos de leche, ella mete el zumo y la leche, las patatas, el queso, incluidos los cincuenta gramos que te ha puesto de más y el papel higiénico de doce rollos. Y cuando crees que no va a caber nada más, que ya es imposible que haya metido todo eso, va, ¡y mete el bote de Skip! Y mientras observas el lote y estudias cuál será la mejor manera de transportarlo, te dice Fernanda, siempre resolutiva, “¡Ay! ¡Qué me olvidaba del pan!” ¡Y lo pone al lado del detergente! Totalmente ajena a tu cara de incredulidad y añade, “Graciñas, coge la bolsa por abajo, que sino se te va a romper” Y tú te vas, abrazando el petate, destrozándote la espalda, pensando que en los ultramarinos como en El Corte Inglés, el trato personal, se paga caro.

* Ha costado pero ha aparecido, si se puede leer el texto en la edición digital pinchando aquí, si es que a mi ya me lo parecía… Mis disculpas.


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