Tal vez alguno se piense que la puerte de Tele5 se me cerró el día que entré en LaSexta, pero no, yo ya llegué a LaSexta con las puertas de la cadena «amiga» cerradas a cal y canto. Qué por cierto, manda güevos que Tele5 sea la cadena amiga, el día que tengamos una cadena enemiga entran al plató y nos fusilan. Pero vamos al motivo por el que para mí esta puerta tenía el pestillo echado, para ello debemos remontarnos a finales de 2007, y más concretamente a El Rey de la Comedia, (ese programa que duró tan poco pero que a mi menos una portada en Interviu me dio de todo) y más concretamente a la quinta gala, no os pido que veáis el vídeo entero, sólo desde el minuto 3:30 hasta el 4:00 más o menos. Y sí, si lo queréis ver todo no pasa nada. Visto ahora hasta se puede pensar que le estaba guiñando un ojo a los de mi futuro programa, como si ya conociese mi destino…
Pero a pesar de haberme metido yo solito en este berenjenal, he querido disculparme con el Señor Vasile como el que más:
Aparte de ver a los currelas de Telecinco grabándonos con el móvil y partiéndose de risa, como si ellos no entendiesen o participasen de la cruzada emprendida por su jefe, que ve vulneraciones a los derechos de autor con la misma facilidad que Bush encuentra armas de destrucción masiva; para mí lo mejor del sketch es vernos caminar estoicos, con decisión, como los Reservoir Dogs capitaneados por William Wallace -pueden quitarnos las imágenes, pero jamás nos quitaran a nuestro mañico y a sus videos de japoneses-, si fuesemos un batallón se diría de nosotros cosas muy distintas a las que se dicen ahora, a frases del tipo: «Ahí van los cuatro gilipollas a pintar el mono a Telecinco…» A la gente se le llenaría la boca de horteradas épicas, se diría que estamos dispuestos a morir con las botas puestas, a morir matando, a como decía el Che, a morir de pie antes que vivir arrodillados, a luchar por nuestra causa, a defender nuestra revolución… Nosotros sólo queremos pasarlo bien. Y que vosotros lo veáis.
Y por cierto, ahora que mento a la revolución, os voy a dejar un texto que me encanta, está escrito por el señor de la foto, es polaco, se llama Sławomir Mrożek y se titula «La Revolución».
LA REVOLUCIÓN
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.
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