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El 29 de agosto ya no es un día cualquiera

El 27 (no el 29) de agosto, pero de 2007, sobre la una del mediodía tomaba un café con hielo en la terraza del Café Colón en el centro de Carballo, mi pueblo, aunque a los políticos les guste llamarlo ciudad. Yo digo que es un sitio y punto. No está mal, es como tantos otros. Te gusta porque eres de allí, o lo odias porque eres de allí. Calentaba el sol porque en Galicia también hay días de verano. Y eso hacía que el momento fuese más agradable. El Café Colón es un bar normal, ni bonito ni feo, o feo si lo miro como si fuese un crítico de interiorismo, que para algo he estudiado. Tiene las mesas de mármol con patas de forja y sillas de madera con un aire antiguo que sólo son bonitas hasta que te das cuenta de que las hay en todos los lados, son al clasicismo lo que las mesitas bajas de Ikea a la modernidad. La barra también es de madera, con alguna moldura, pero sin dejar al carpintero ponerse barroco. Está dispuesta al frente, ocupando todo el ancho del local, que es más bien cuadrado, de manera que al entrar esperas encontrarte de cara con un camarero secando vasos minuciosamente, con su camisa blanca y su chaleco, como en las películas del oeste. En las paredes hay marcos de diferentes tamaños con fotografías que no lo visten de gala, pero lo tapan del desnudo. Es un sitio acogedor, eso sí, que es algo que ya quisieran para sí muchos bares de design con apellidos raros, como loungue, chill o boîte. Tiene aire de cafetería de toda la vida sin serlo y eso le da encanto. Si le quitas las pantallas de plasma encajaría en cualquier película europea de ambiente urbano de los últimos treinta años. A esto ayudan las mesas de la terraza, esas en las que estaba, -que no me olvido-, de aluminio, con esa especie de acabado pulido biselado, que son más bonitas que las de plástico pero que queman si el sol pica. Y lo que es peor, si te pones pensativo te reflejan los rayos en la cara. Gracias a eso he salido así de interesante en la imagen del banner de la página, que por cierto está hecha en Santander. Me acompañaban a la mesa, mis colegas Piti y José, ellos saben quienes son, así que voy a hacerles el feo de no describirlos en absoluto, en contraste con todos los datos que os he dado del local que nos reunía. Para colmo, si estás con ellos, el espacio es lo de menos. Sólo hacen falta café y cigarrillos, como en las historias de Jim Jarmusch, para que la conversación fluya en los momentos de atasco, dando vueltas como la cucharilla que remueve el azúcar, y perdiéndose siempre de su origen, como el humo de los cigarrillos. No sé si esta última analogía ha sido hortera, pero al menos es gráfica y está bien traída. En fin, allí estábamos los tres, acabando de despabilar la mañana antes de ir a comer cada uno a casa de sus respectivos padres, que en agosto no se cocina. Mi vida el pasado verano era bastante contemplativa, dos días a la semana trabajaba en la radio analizando la actualidad en clave de humor (¿a qué me recuerda eso?), un día hacía el guión y otro el programa. Los otros tres, dormía hasta la hora en la que salía de trabajar los otros dos anteriores. Después me iba a tomar el café de antes de comer y también el de después en mi bici holandesa, comprada en Alemania. Otro parecería bohemio subido en ella, yo, sólo friki. Por las tardes iba a la playa, si el día daba permiso, y si no me quedaba leyendo o viendo una peli. A los vagos se nos ha insultado y criticado tanto que hemos tenido que volvernos cultos para poder entender las agresiones que nos dirigían y sacar nuestras propias conclusiones. Que sensación tan agridulce para Darwing habría sido vernos, orgulloso por un lado de ver evolucionar a una especie pero jodido por otro, al ver que después de una vida dedicada íntegramente al estudio y a la investigación, los que evolucionamos somos los vagos. Pero vamos ya al grano que esto se está alargando y no sé cuantos lectores me habrán abandonado ya, llegados a este punto del relato.

En aquella mesa de aluminio la conversación, por una vez, no sé perdía en paranoias absurdas, ya que yo les pedía consejo a mis adorables coleguillas sobre si asistir al casting de “El Rey de la Comedia”, que se celebraba dos días más tarde en León, y que suponía mi última oportunidad de ir, pasadas ya las pruebas de las cuatro provincias gallegas y casi todas las de España. Yo no lo veía claro, por un lado no tenía confianza en que me cogiesen, y por otro, me daba vergüenza participar en esa historia que aunque no tenía demasiado que ver, tenía ese tufillo a O.T. que resulta inebitable en cualquier concurso de talentos. Pero ellos lo tenían claro, debía ir aunque después no fuese al programa si algo en el formato no me gustara. Si yo siempre me tuve por menos de lo que era, ellos por mucho más. Parecía sensato ir a encontrar el término medio. Yo sólo necesitaba dos cosas, que me asegurasen que no iba a estar internado en la “academia de los cómicos” y que los textos pudiesen ser míos. Confirmado esto, al día siguiente salí para León escoltado por otros dos de los grandes, Adrián, antiguo compañero de piso, e Iván, antiguo compañero de borracheras. Y no quiere decir esto ni que Adrián no se emborrachara conmigo ni que Iván no hiciese su vida en nuestro salón, previo paso por el Opencor con fines de aprovisionamiento etílico. El día 29 por la mañana pase la primera prueba junto con otros dos compañeros, previa grabación de unos paripés en plan “somos la repera, el festival del humor y el Rey de la Comedia va a ser la juerga padre, no os lo perdáis”. Esa misma tarde pase la final, dirigida por el ahora amigo Toni Gal-ahan y grabamos una celebración absurda en un parque infantil, -que yo mismo recordé en “Sé lo que hicisteis…”-, previa expulsión de todos los infantes que lo ocupaban y bajo la mirada amenazante de sus progenitores. Uno incluso me dijo: “Ya puedes ganar, después de jodernos media tarde”. Un mes más tarde, pasaba en Madrid la final de finales de todos los castings, y tres meses después cumplía los rencorosos deseos de aquel papá de León. Lo que vino después lo conocéis todos, una gira nacional en salas, estrenar mi show en teatros llenos, los artículos de La Voz, la campaña de Estrella con su gira, ¡incluso apariciones como artista invitado en “Lúar” (TVG)!, los guiones del programa y finalmente, la oportunidad de volver asomar por esa ventanita que desde que estoy yo seguramente sea un poco más tonta, pero más riquiña… Me daban dos meses, dos meses para recordar esa sensación que no tenía pensado olvidar de salir a un plató a contar tus propias reflexiones y desear que la gente sonría al oírlas.

Se acababa el mes de agosto, y empezaban a planear las sombras de la incertidumbre sobre mi cabeza, sobre cual iba a ser mi futuro a partir del mes siguiente, “…empezaban a planear las sombras de la incertidumbre sobre mi cabeza”, si después de esta frase os dijese que me atacó un orco, no os resultaría extraño. Pues bien, quiso el destino, el azar, la casualidad o el karma de “Earl”, que exactamente un año después, el 29 de agosto de 2008, mi director me comunicase que había decidido que me quedase en “Sé lo que hiciesteis…”., si yo lo tenía a bien. Cojo aire, resoplo, otro examen aprobado, he pasado de curso. Progreso adecuadamente (supongo). Cumpleaños feliz. Ahora sólo me falta acabar la carrera. Así que aunque ya no a diario, seguiré rondando por vuestras pantallas, cada vez que os paseéis por La Sexta. Dicho de otra manera: THE CORBATITAS IS STILL ALIVE!


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