Una calculadora con bata, ¿es una calculadora científica? La respuesta es no. Las calculadoras científicas son unos cacharros mucho más complejos, o al menos yo nunca llegué a entenderlos.
Para mí en el instituto, lo más difícil para aprobar mates o física era conseguir entender la puñetera calculadora. Un buen día llegas a clase y tu profesor te dice que te tienes que comprar una calculadora científica, que a todo esto, las calculadoras científicas de científicas no tienen nada, porque que yo sepa, tú encierras a cincuenta calculadoras en un laboratorio durante diez años y no desarrollan una vacuna. Son en todo caso, calculadoras para científicos, que si vamos a eso, el boli Bic con el que haces los exámenes de física, también es un boli científico y mi PC con el Autocad de cuando estaba en la carrera, un ordenador arquitecto. Pero el caso es que para un estudiante el momento de empezar a usar una calculadora científica es como para un novio cuando su novia le dice que le va a presentar a sus padres, significa que la cosa empieza a ir en serio, sea la cosa la relación o los estudios. Pero si unos suegros son difíciles de entender, las calculadoras lo son más. Al menos los suegros de entrada parecen personas normales, las calculadoras científicas tienen dos mil botones, asustan desde el primer momento. Se suelen componer de dos partes bien diferenciadas, una con botones grandes y que es como una calculadora normal, y otra con botones minúsculos con abreviaturas indescifrables, que si llegar a saber para qué sirve cada uno es complicado, están tan pegados que acertar a pulsar en el que quieres usar es imposible. Están hechas a mala hostia. De hecho, yo creo que hay botones que no sirven para nada, sólo para qué te equivoques, que a veces no sabes si estás resolviendo un problema de matemáticas o jugando al buscaminas. Que yo tengo un amigo que se hizo físico nuclear e ingeniero aeronáutico sólo para ver si conseguía usar todas las funciones de la calculadora y aún así no fue capaz.Algunas teclas las llegué a odiar con toda mi alma, lo que más me cabreaba era que tuvieran dos paréntesis pero en el medio no hubiera un Kit-Kat. Y cuando creías que ya habías descifrado todas las abreviaturas y signos de las teclas, descubrías que encima llevaban escritas otras tantas abreviaturas o signos, que eran funciones alternativas. Y no sólo eso, si no que eran las que más se usaban, por lo que cada vez que tenías que hacer una operación tenías que pulsar “Shift” entre tecla y tecla para activar esas funciones, por lo que el riesgo de cagarla se multiplicaba por dos. ¡Qué presión! Darle al “Shift” antes de cada operación, ¡es imposible acordarse siempre! ¡Aún hoy no me acuerdo todos los días de levantar la tapa antes de mear y lo llevo haciendo veintipico años! Además, si te olvidas de levantar la tapa siempre puedes pasar un papelito y luego lo tiras al wáter, si te olvidas de pulsar “Shift” lo que va al wáter es tu trabajo de fin de curso.
Por eso estoy seguro de que la calculadora científica la inventó una madre. Sólo alguien así de previsor podría crear un aparato tan infernal, e igual que cuando estás haciendo la maleta para irte un fin de semana a la playa, te acaba metiendo un jersey de lana por si hace frío, un smoking por si en el chiringuito exigen etiqueta y hasta unos esquís por si de camino hay una montaña con nieve; a la calculadora le puso un montón de funciones de más por si en el recreo del instituto se te da por enriquecer uranio o calcular la velocidad de un meteorito a su paso por Saturno.
Pero lo peor de todo era que cuando por fin conseguías entenderte lo suficiente con la calculadora como para plantarle cara a la materia que estabas estudiando, llegabas al examen y te decía el profesor: “Os recuerdo que no se puede usar calculadora…”
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