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MAMMA MIA!

(*Publicado el pasado viernes en La Voz de Galicia)

Hace un año y medio me fui de viaje a Holanda. Que original, ¿eh? Que un español vaya a pasar unos días Ámsterdam es casi lo mismo que un alemán veraneando en Mallorca. Todos vuelven con historias ahumadas que nacen en la caseta de un Bulldog (o en cualquier otro Coffee-Shop), pero que mueren cada una donde le da la gana: Metiéndose la gran hostia en una bici robada, cantando canciones de La Oreja de Van Gogh a grito pelado en las puertas del museo que exhibe la obra creada por la parte que no es oreja de dicho señor (es gracioso por que son las canciones del grupo en la puerta del museo que le da nombre, cosas de la lógica etílica…), o detenido por mear en el río Amstel un chorro homónimo. Los más desacomplejados contarán sus experiencias en el Barrio Rojo. Que no es precisamente el lugar de encuentro de los comunistas de los Países Bajos, si bien es cierto que muchos tienen allí su cartilla de racionamiento.

Con respecto a este singular barrio, que se está quedando en bragas (perdón por el chiste fácil) y tiene las horas contadas (perdón por el chiste fácil aludiendo a la naturaleza mercantil del primer chiste), yo tengo una anécdota que como siempre que hay mujeres de mala vida de por medio, le ocurrió a otro. Pero esta vez es de verdad. En serio. Estábamos por allí dando una vuelta tres colegas, uno ruso, otro granadino y yo, gallego. Tres culturas tan diferentes que podría parecer una versión cosmopolita de los chistes de “va un inglés, un francés, un italiano y un español…” Nos habíamos acercado hasta allí, por curiosidad, por ver como era… ¡Menuda mierda de excusa! ¿Cómo iba a ser? ¿Qué parte de la definición de “escaparates con mujeres en ropa interior dentro” puede hacer que tengas problemas para imaginártela? Es cierto, fuimos a ver tías buenas medio desnudas gratis. Para que intentar engañar a nadie. Más que curiosidad era morbo. O morro. Pero allí sí había alguien con auténtica curiosidad. Porque en un tramo de acera entre escaparate y escaparate encontramos un motocarro. Ya sabéis, esas camionetas enanas de tres ruedas, que se conducen sin carné y hacen que quien esté al volante metido en esa mini-cabina, se parezca a un elefante pilotando un Fórmula Uno. Son extremadamente ridículas, sólo quedan bien en las callejuelas de Roma. En el resto de ciudades desentonan más que un Guardia Suizo de portero en una discoteca techno. Son conceptualmente absurdas. Pero aún así, hasta aquí todo normal. Lo curioso, extraordinario incluso, fue ver que ese motocarro lucía orgulloso en su frontal cual atleta su medalla, perro su presa o exconcursante de Gran Hermano sus tetas en Interviú, una pegatina blanca, ovalada, como esas con la “E” que se ponían en la trasera del coche hace años para ir a Portugal, con las letras “GZ”. Por poco no se me saltaron las lágrimas. ¡Era de un paisano! ¿A quien le importa que haya un gallego en la luna que ha venido del Ferrol si hay un gallego en el Barrio Rojo que ha venido en motocarro? El gallego tocaba la gaita, gaita, gaita… ¡Pandeirada sideral! La gesta más grande que ha visto Breogán. Me imagino la situación, un señor con boina, trabajador del agro, había adquirido el motocarro porque no tenía carné y ya no se puede ir al pueblo en tractor. Un ayuntamiento no instala banda ancha para que un tractor atravesando el centro del pueblo eche por tierra su imagen vanguardista. De vuelta a casa, tras la jornada, y un par de conversaciones acerca de que con este tiempo “no se da”, puso la tele, y rastreando si había algún partido, se encontró con un documental sobre los entresijos del país de los molinos y se dijo: Esta es la mía, se van a enterar en Europa de lo que es la cuota láctea, yo no me muero sin ver (probar) aquello. Así que más convencido que el toro de Facundo con su girasolística meta se cruzó occidente con la velocidad limitada a 50km/h. Así sería “Una Historia Verdadera” si David Lynch fuese de Monforte.

Motocarro GZ

Motocarro GZ

Orgullosos y conmovidos, nos fuimos a Waterloo Plein, que es una batalla pero también una canción de Abba de quien yo soy un gran fan (empieza a tener sentido el título), a buscar ropa usada y hacernos los bohemios, y cual fue mi sorpresa, que al entrar en el mercado sonaba Chiquitita en castellano. Mamma Mia! Me entraron ganas de sacar el mechero. Ésta es mi anécdota de Holanda. Y mañana en el cine, me acordaré de ella. Y también de Muriel y del concierto de despedida de Los Enemigos y su versión de Waterloo (para los que dicen que Abba son una horterada para maricas). Comprad kleenex y palomitas grandes y disfrutad del entretenimiento comercial para ochenteros sin complejos.


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