Archivo de junio 2010

Colchones de cinco tenedores

Mi colchón empieza a estar un poco gastado, me imagino que dentro de un año o dos tendré que cambiarlo. Así que ayer, en un ratito que tenía libre, me fui a una tienda de colchones. Pero no a una tienda de colchones cualquiera, me fui a una tienda en la que vendiesen los colchones que anuncia Ferrán Adriá.

Llegué allí y le dije al vendedor, —Hola, buenas, venía a pedir cita para su tienda—. El hombre me miró un poco desconcertado y me dijo, —No hace falta que pida usted cita, podemos atenderlo ahora mismo si quiere. —Ah. Es que como he visto en la tele que sus colchones son de Ferrán Adriá pensé que habría una lista de espera de dos años, como en su restaurante… —No, aquí no hay que esperar… —Pues entonces he tenido suerte. Así que, con su permiso, me gustaría probarlos todos. —¿Quiere usted probar todos los colchones de la tienda? —No es que quiera, simplemente pensé que tratándose de Ferrán Adriá lo normal era hacer un menú degustación. Pero si usted me dice que lo habitual no es eso, yo seguiré su consejo encantado. —Pues no, lo habitual no es eso —me aclaró el dependiente un poco tajante y visiblemente descolocado por mi propuesta—, la gente suele venir con una idea de lo que quiere y aquí le asesoramos para ofrecerle la mejor opción dentro de esos parámetros que nos indican. Dígame, ¿Ha pensado en algún tipo de colchón en particular? —Sí. Creo que me gustaría un colchón deconstruído o a lo mejor un sorbete de colchón con emulsión de almohadas, ¿viene en copa? —Es usted my gracioso… —me suelta el vendedor con cara de estarse cagando en mi madre para sus adentros—, pero como se podrá imaginar, aquí preferimos los colchones con formato de toda la vida, —y añadió intentando parecer simpático o más bien disimular su irritación— acostarse en una copa sería un poco incómodo, ¿no le parece? —También es incómodo beberse de penalty un Gin tonic de gelatina de los que hace su cheff y la gente se va hasta la Costa Brava para probarlos. Pero tiene usted razón, —dije tratando de buscar la conciliación­— lo mejor para descansar es que uno quepa en su colchón bien holgado. Eso sí, entiendo que al menos el señor Adriá habrá experimentado con los rellenos y serán de “esencia de somier”, de “esferificación de plumas” o algo así, ¿no? —En realidad básicamente sólo hay tres tipos, de látex, de muelles y viscoelástico  —me dijo el vendedor ya con muy pocas ganas de seguir con los chascarrillos—. —¿Sólo hay tres tipos? —repetí yo, mitad sorprendido, mitad decepcionado—. —Exacto, sólo tres. ­—¿Me está diciendo que en su restaurante el menú tiene treinta platos, y que aquí, en la carta de colchones, sólo ha hecho tres. ¡Si hay menús del día con más variedad! —Pues sí, eso es lo que le estoy diciendo. —contestó el vendedor claramente crispado y ya sin ningún tipo de preocupación por ocultarlo. Y yo que no acababa de dar crédito, insistí, —¿Y encima los tres que hay son los tres de siempre, los mismos que en el Carrefour o en Ikea? —Sí, los mismos tres tipos, de diferente calidad pe… —¿Y le habéis pagado un pastón a Ferrán Adriá para que os haga un colchón de los de toda la vida? —interrumpí yo, que no salía de mi incomprensión— Para eso podíais haber llamado a Arguiñano, que al menos os habría contado un chiste…—. Y el vendedor al que le estaban ofendiendo mis comentarios sobre sus colchones más que si le estuviese faltando al respeto a su madre, me dice, harto, —Oiga, ¿me está usted vacilando? —Empezaron ustedes, diciendo que Ferrán Adriá les había diseñado sus colchones. —Contesté yo, y me fui convencido de que una cosa es que Ferrán Adriá se eche unas siestas del copón después de zamparse los treinta platos del menú de su restaurante y otra que por dormir mucho, sepa hacer colchones.

Contar las calorías

No sé en que momento los publicistas llegaron a la conclusión de que a los que nos sobran unos cuantos kilos, o somos tontos o estamos desesperados. Sólo partiendo de esa base se puede entender que crean que nos vamos a creer sus eslóganes de final de cuento de Disney.

Ejemplos de que nos toman por desesperados hay miles, no hay más que ver los aparatos de gimnasia milagrosos de la teletienda que hacen el ejercicio por ti, cremas reductoras mágicas y mil productos más, todos con la foto y el testimonio de alguien antes y después. Que digo yo, cómo es el proceso de grabación de esos anuncios, cogen a un par de gordos, ¿graban el principio y les dicen: “Dentro de dos años cuando adelgacéis grabamos el final y lanzamos el producto al mercado”? ¿O hay un banco de imágenes de gordos, y puedes llamarlos por teléfono para que si alguno ha perdido peso puedas contratarlo para tu anuncio? Porque lo del photoshop y la gente metiendo barriga lo descarto, no pondría en duda jamás la honestidad de estos productos…

Y en cuanto al ejemplo de que nos toman por gilipollas acabo de ver un anuncio que encaja a la perfección. Es de una marca de margarina, mayonesa y no sé que más y su eslogan es “la vida no está hecha para contar calorías”, que es como si te dijeran “no te prives de nada, gordito, que sabemos que eres feliz comiendo…” y esto, expresado de una manera o de otra no lo veo mal. La cosa empieza a oler a tomadura de pelo cuando ves jalarse un sándwich de tres pisos a una tía de cuarenta kilos con cara de “¡y esto es sólo el aperitivo, para comer he asado dos pollos!” Esa tía se ha tirado dos jornadas en ayunas después de comer ese sándwich, lo sé yo, lo sabe ella y lo sabéis vosotros. Esa tía es modelo. Esa tía se cuida. Esa tía cuenta las calorías. Es más, apunta las que lleva según va pasando el día. Y hace bien, es una decisión suya, pero desde luego no es la imagen de alguien que puede dormir sin remordimientos aunque haya hecho la cena con aceite de girasol. No digo que para que el anuncio fuese creíble tuviesen que poner a una tía de ciento cuarenta kilos, pero una con una mini mini tripita ayudaría. Que lo de la “curva de felicidad” de algún lado vendrá…

Pero además si la vida no está hecha “para contar calorías” tal y cómo dicen, por qué te venden margarina, que te vendan mantequilla directamente con toda su grasaza. Que te digan: “¿Estás harto de sucedáneos extraños que consiguen su sabor a base de aditivos? Pues pasa de la margarina y hártate de mantequilla, ¡el precio es el mismo y podrás experimentar la sensación de empacho de los capones de Villalba!”

Además me molesta que siempre sean tías las que hacen estos anuncios. Cómo si los tíos no comiéramos mayonesa, ni mantequilla, ni cosas de esas. Si hay algo que siempre hay en la nevera de un tío aparte de cerveza, es un bote de Ketchup y otro de mayonesa que hacen de aliño universal, sirve para ensaladas, hamburguesas, tortillas y hasta fruta si está un poco seca. Y ya no digo que salga un tío fondón como yo, que da igual que tenga un plato de lechuga delante que me ves y dices: “Yo no como lo mismo que ese tío ni de coña” Pero es que ni siquiera sale el típico tío cachas, soltando el dichoso eslogan de: “La vida no está hecha para contar calorías…” Que por otra parte dirías al verlo: “No, claro, la vida está hecha para contar abdominales, que no hay más que verte el torso…”

Y es que ves anuncios de productos de alimentación que con tanta ansia de explicarte las pocas calorías que tiene, las muchas vitaminas y lo bajo que es en grasas, se les olvida contarte a qué huevos sabe eso que te están vendiendo. Y digo yo que el sabor, algo también importará… Así que visto lo visto, yo mañana con el café me voy a tomar una de churros, que no los anuncian por la tele, ni tienen una etiqueta con el valor nutricional, pero mi churrero me dice que son los mejores de Madrid. Y aunque Madrid es muy grande, yo lo creo antes a él que a todos los flipados de la teletienda.

Servilleteros y secamanos

De pequeño una de las cosas en las que más insistía mi madre era en que me lavase las manos antes de comer. Que para comer había que tener las manos limpias. Se ve que mi madre no iba mucho de tapas por los bares.  En casi todos los bares hay unos servilleteros con unas mini servilletas engarzadas de un papel que si fuese sólo un poquito más fino ya no sería sólido, sería gaseoso. Por eso odio esas servilletas. En serio. Da igual que sólo hayas comido una loncha de jamón pinchada a un palillo, necesitarás diez servilletas para limpiarte la punta de los dedos. Cada vez que las usas sientes que estás quebrantando el protocolo de Kyoto. ¿Tanto costará poner en la mesa un par de servilletas como dios manda? Si quieren que las cobren como hacen en el Dia por las bolsas, pero puestos a pagar veinte euros por un par de raciones, también pagas cinco céntimos por irte con las manos limpias. En Euskadi cuando te vas a un bar y tomas unos pinchos de la barra, luego, a la hora de cobrarte cuentan los palillos para saber cuántos pinchos te has tomado, si contaran las servilletas tendrías que financiar la cena a doce meses. Para colmo lo que más me molesta es que suele poner “Gracias por su visita”. “Gracias a ti por hacer que me vaya con las manos llenas de aceite”. Porque cuando terminas de comerte los calamares el local te ha dado las gracias doscientas veces por ir. Por cada croqueta que te metes en la boca sientes como se tala un árbol en el Amazonas para que tú intentes limpiarte.

Y lo más frustrante es que si te hartas de pelearte con las servilletas y dices: “A tomar por saco, voy al baño a lavarme las manos que acabo antes…” Cuando llegues al baño tendrás que enfrentarte a algo todavía más desesperante que las servilletas ultrafinas: el secamanos. Si esas servilletas hacen que la parte de la palabra “servi-“ pierda el sentido, porque no sirven para nada; en secamanos, lo de “seca-” se vuelve ironía pura. Con un secamanos no puedes ni apagar una vela. Secarse las manos con un cacharro de esos te lleva dos tardes. Y aunque no te importe dedicar media hora de tu vida a secar tus manos en el baño de un bar, el ruido que hacen hará que pierdas tu paciencia. Los secamanos hacen más ruido que las turbinas de un Boeing. ¡Cómo se puede hacer tanto ruido echando tan poco aire! Que te estás secando y tienes la sensación de que estás molestando a medio edificio y hasta de que has despertado niño del vecino que vive dos calles más abajo. Si el viento fuese proporcionalmente tan ruidoso como los secamanos, la brisa marina nos reventaría los tímpanos.

Si al final lo de que no es bueno comer fritos no va a ser por el colesterol, va a ser por lo difícil que resulta limpiarse las puñeteras manos.


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