Hace unos días detectaron en Polonia conductas homosexuales en un elefante. Si os parecía difícil eso de meter a cinco elefantes en un seiscientos, meter a uno en el armario también tiene lo suyo. Y que el elefante sea gay vale, no seré yo quien le diga a un elefante a quien se tiene que zumbar, pero que sea misógino como dicen sus cuidadores, ya me parecen ganas de dar la nota. Porque tampoco es tan distinto un elefante de una elefanta como para amar a unos y odiar a otras. Es más, yo me pregunto qué hace a un elefante decidir ser gay o hetero.
¿Dónde está la feminidad o la masculinidad de un elefante? Físicamente la cosa cambia poco, a un elefante no lo atrae una elefanta porque tenga unas tetas de flipar, y desde luego a una elefanta no le puede poner nerviosa la trompa de un elefante. Tampoco se pueden sentir especialmente atraídos por la voz de unos o de otras. Barritan prácticamente del mismo modo. Para un elefante macho es como si todas las elefantas fuesen Bonnie Tyler. Tampoco puede residir el encanto en la suavidad de la piel. Aunque bañes a un elefante en Nivea, no creo que tengan la suficiente sensibilidad en esas patazas como para apreciar el resultado. Y si la tienen, ¡que les enseñen a leer en braille!, que de qué sirve tener tan buena memoria si no tienes nada que estudiar. Porque eso sí que me jode, ver el típico documental en el que te dicen: “Los elefantes tienen una memoria prodigiosa.” ¡Vete a rascar los huevos! ¡Si no han leído un libro en su vida! Ponles una peli y pregúntales una hora más tarde de qué va. ¡No tienen ni idea, seguro! “Son capaces de recordar a su compañero que no veían desde hace diez años.” Te dirán de ellos para defenderse. ¡No te fastidia! ¡Para una visita que tienen! Ponlos en la ventanilla de una oficina de correos, a ver si al cabo de diez años te dicen: “De este señor me acuerdo yo, vino un sábado por la mañana a sellar una carta para enviársela a su hermano a Cuenca.” Ni de coña. Son ganas de inventar por inventar. Porque a mi no me digáis, pero tienes a un bicho con unas orejas que puedes hacer una paella en ellas y come y cena toda Valencia, con una nariz que si se les diera por consumir drogas tendrían que esnifarse toda Colombia en una raya para que les llegara al cerebro y unos dientes que si se los dejasen al Ratoncito Pérez tendría que vender el negocio a Dragados para disponer de capital con el que acometer la obra, y no se les ocurre alabar su oído, su olfato o su gusto. No. Su memoria. Con dos huevos. Y a lo que iba, que descartados el atractivo físico y el sensorial, sólo nos queda el intelectual. Y vale, reconozco que nunca he hablado con un elefante, pero no creo que las inquietudes de uno difieran mucho de las de otro, no creo que en una misma manada haya elefantes a los que les guste el fútbol y elefantes a los que les guste la ópera. Ni creo que las elefantas se pasen el día hojeando el Vogue. Con lo cual, a la hora de decidir con quien emparejarse, normal que les dé un poco lo mismo macho que hembra. Porque de todas formas, en el caso de que la relación fracase jamás podrá reprocharle a su pareja que “todos los elefantes sois iguales”. Así que con respecto a la homosexualidad paquidérmica, la única duda que se me plantea es la siguiente: Un elefante con pluma, ¿es un gayifante?
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